Al amor, Josefa Mujía




Ídolo falso que el mortal adora
y que insensato te erigió un altar;
por quien el hombre su miseria llora,
de quien recibe solo un cruel pesar.

Jamás canté tus triunfos, niño ciego;
no herirme pudo tu temible arpón;
de tus saetas, de tu ardiente fuego,
conservo ileso y libre el corazón.

Nunca manché las cuerdas de mi lira
regando en ellas llanto de dolor
de engaños mil que tu deidad respira,
con que penas sin fin causas traidor.

Mi puro labio de tu copa impía
jamás gustó su emponzoñada miel,
que al brindar viertes con sagaz falsía
muerte, veneno, y amargura y hiel.

Nunca mi oído se inclinó a tu acento;
siempre tu halago lo creí falaz;
mi alma inocente no perdió un momento
su dulce calma, su tranquila paz.

Nunca cantar, tirano, tu victoria
ni tributarte vil adoración
es mi laurel, mi orgullo, dicha y gloria
y el más grato placer del corazón.

Si alguna vez al preludiar mi lira
resuena en ella acento de dolor,
si el alma en quejas al pesar suspira,
no es por sentir tu dardo, ¡impuro Amor![1]

Si mi mejilla en llanto se humedece
y si en el corazón hay amargor,
si en él la angustia, la dolencia crece,
no es del acíbar de tu copa, Amor.

No te conozco, ¡y de esto me glorío!
Tu nombre odioso escucho con horror,
y al ver que causas males mil, impío,
te dice el labio: ¡Maldición, Amor!

Sé que interés te vence, abate, humilla;
sé que los celos te dan vil temor,
sé que el mortal te inclina la rodilla.
¡yo te desprecio y te maldigo, Amor!


Fuente: Parnaso boliviano (1869) y
Poetisas americanas (1896).
** La edición es mía.







[1] Estrofa omitida en Parnaso boliviano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario