La
rima es el tirano empurpurado,
es
el estigma del esclavo, el grillo
que
acongoja la marcha de la Idea.
¡No
aleguéis que sea de oro! El Pensamiento
no
se esclaviza a un vil cascabeleo.
Ha
de ser libre de escalar las cumbres,
entero
como un dios, la crin revuelta,
la
frente al sol, al viento. ¿Acaso importa
que
adorne el ala lo que oprime el vuelo?
Él
es por sí, por su divina esencia,
música,
luz, color, fuerza, belleza.
¿A
qué el carmín, los perfumados pomos?
¡Por
qué ceñir sus manos enguantadas
a
herir teclados y brindar bombones
si
libres pueden cosechar estrellas,
desviar
montañas, empuñar los rayos;
si
la cruz de sus brazos redentores
abarca
el mundo y acaricia el cielo,
y
la Belleza sufre y se subleva;
si
es herir a la diosa en pleno pecho,
mermar
el torso divinal de Apolo
para
ajustarlo a ínfima librea!
Para
morir como su ley impone
el
mar no quiere diques, ¡quiere playas!
Así
la Idea cuando surca el verso
quiere
al final de la ardua galería,
más
que una puerta de cristal o de oro,
la
pampa abierta que le grita “¡Libre!”.
Fuente:
El libro blanco (frágil) (1907).
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La edición es mía.
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