Te amé, y al decirlo ahora
doblando
la frente mustia,
muere
la voz en mis labios,
tiembla
en mi mano la pluma;
dos
lágrimas mis mejillas
en
ondas de fuego surcan
al
recordar esas horas
¡que
no han de volver ya nunca!
Mi
amor fue un sueño de dicha,
tan
inocente y tan pura,
que
aún hoy su aroma me embriaga
y
su fulgor me deslumbra.
Sin
él, el mundo me ofrece
la
soledad de la tumba;
y
si hoy con él me brindaras,
llorando
dijera: ¡Nunca!
Como
enemigos aceros,
nuestras
palabras se buscan
y,
altivas y desdeñosas,
nuestras
miradas se cruzan.
Con
tu suprema arrogancia
me
has provocado a una lucha,
en
que podrás verme muerta…
rendida
a tus plantas, ¡nunca!
Si
suplicante y vencida
caigo
ante ti en esa lucha,
¡que
tu desprecio me agobie!
¡Que
tu altivez me confunda!
¡Sello
de eterna ignominia
mi
frente a tus ojos cubra!
Piedad,
de mí no la tengas;
de
mí no la aguardes ¡nunca!
Por
ti he libado mil veces
el
cáliz de la amargura…
Óyeme
bien: si algún día,
con
voz de amor y de angustia,
clamases
perdón llorando
de
hinojos sobre mi tumba,
se
irguiera ante ti mi sombra
y
airada dijera: ¡Nunca!
Fuente:
Poetisas mexicanas (1893).
**
La edición es mía.
Photo credit: foilman via Visualhunt.com / CC BY-SA
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