Un
gato gigantesco se pega a mi costado
y
clava en mí sus ojos dorados e inquietantes;
en
mi flanco desliza su caricia taimada
de
sedas inmediatas y garras inminentes.
Apunta
a las estrellas una rígida cola,
como
un dedo extendido que señala un destino;
y
eléctricas descargas erizan su pelambre
y
encienden sus pupilas de luz fosforescente.
Llevo
contra a mi cuerpo, frotándose a mis piernas,
el
tremendo misterio de su intención oculta;
y
el miedo a mis tobillos aprieta sus grilletes
cuando
levanta el gato su pálido maullido.
Fuente:
Polvo de los días.
**
La edición es mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario