Envuelta
en níveo y vaporoso manto,
plácidamente
en languidez sumida,
Lidia
reposa, de mortal congoja
libre su pecho.
¿Duerme?
Su aliento acompasado mueve
el
casto seno, y se comprende al verla
que
por el aire, suavemente, pase
tierno suspiro.
¿Sueña?
Su boca al entreabrir parece
que
besa y ríe a su invisible dueño;
o
acaso… ¿acaso a misteriosa y dulce
voz no responde?
¿Qué
ojos amantes de mirar sereno
verá
en los suyos reflejar dichosos?
¿Con
qué ternura le dirá sus ansias
tímidamente?
Tú
que la miras, venturoso amigo,
si
con amor alguna vez en sueños
viste
pasar una visión querida,
no la despiertes.
No
la despiertes y a los cielos pide
que
a ella propicios y benignos sean;
pide
que viva complacida siempre,
siempre soñando.
Fuente:
El parnaso oriental.
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La edición es mía.
Photo credit: Joe Shlabotnik via Visual hunt / CC BY-NC-SA
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