Pensamiento
mío, vuela,
ve
a buscar otros lugares
donde
no repitan quejas
siempre
los ecos del valle;
donde
no suenen tan tristes
los
céfiros de la tarde,
ni
exhalen flébiles trinos
al
recogerse las aves;
donde
no tenga la noche
tantos
insectos que canten
bajo
la yerba marchita
sus
elegías salvajes;
donde
no doblen las flores
sus
corolas virginales,
como
frentes pensativas
bajo
profundos pesares;
donde
no se vea la luna
medio
revuelta en celajes
por
entre las ramas secas
y
ennegrecidas del sauce.
Pensamiento
mío, vuela
atraviesa
raudo el aire
y ve a bañarte en las ondas
azules
de ignotos mares.
Ve
donde encienda tus alas
el
fuego de los volcanes;
en
donde rujan las fieras
y
bramen las tempestades.
Huye,
pensamiento mío,
de
estos campos siempre iguales,
donde
es el sol que se pone
tan
triste como el que nace.
Ve
y aspira con delirio
el
humo de otros lugares,
y
mezcla tu débil ruido
al
ruido de otras ciudades.
Fuente: La guirnalda literaria (1870).
** La edición es mía.
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