¿Ves,
pasajero, el árido desierto,
la
dura peña por el mar cercada?
¿Descubres
esa mísera morada
en
donde el grande Napoleón ha muerto?
¿Ves
esa tumba que la envidia ha abierto,
do
yace tanta gloria anonadada?
Albión[1]
soberbia la contempla airada,
¡y
el tirano vigílala despierto!
Del
héroe temen aún la fría ceniza,
y
su mortal despojo se encadena;
mas
la fama sus hechos eterniza,
su
gloria inmensa el universo llena,
y
su sombra sagrada inmortaliza
la
roca sepulcral de Santa Elena.
Fuente:
Poetisas americanas (1896)
y La guirnalda literaria (1870) [cotejadas].
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