¡Aquí
están, padre amado, ya hemos visto,
la
santa casa donde tú naciste,
las
rocas que de niño tú escalaste,
los
sitios que en tu infancia recorriste,
y
los rincones donde tú jugaste!
Aquí
está todo igual: la escalerilla
que
conduce al granero, las tuneras,
el
campo siempre fértil cultivado,
y
la cueva y la era. ¡Si los vieras
dijeras
que los años no han pasado!
Aquí
está todo igual: allá a lo lejos
el
mar lanza sus olas con orgullo,
¡parece
que a la dicha nos convida!
¡parece
que nos besa con su arrullo!
¡parece
que nos da la bienvenida!
Aquí
están tus amigos todavía,
y,
¡con cuánta ventura recordaron
las
horas que a tu lado transcurrieron,
los
sitios que contigo corretearon,
los
campos que contigo recorrieron!
Aquí
está tu recuerdo siempre vivo;
todo
nos grita aquí tu nombre amado;
hay
una higuera que parece triste
porque,
al vernos, tal vez ha recordado
las
veces que a su sombra te dormiste.
El
trigo ya en la era se destaca
brillante
y amarillo como el oro,
en
enormes montones preparado,
¡y
así como se mira un gran tesoro,
con
los ojos del alma le he mirado!
¿Adivinas
por qué? Las manos firmes
de
un viejito adorado que aún recibe
de
cara el sol, muy blanca la cabeza,
le
puso allí donde luchando vive
la
ancianidad con la Naturaleza…
Porque
aquello revela claramente
el
triunfo de la lucha, ¡quién diría
que
ochenta y cuatro inviernos no pudieron
aminorar
su insólita energía,
ni
aminorar sus fuerzas consiguieron!
Cuando
llegamos al hogar querido,
que
de tanto correr llegué cansada,
a
sus brazos corrimos de repente
porque,
escúchame: ¡tiene tu mirada,
y
tu boca y tus ojos y tu frente!
Le
encontramos sentado, pensativo,
y
pensaba… nos dijo que pensaba,
momentos
antes, con tristeza impía,
en
que un mar insondable le apartaba
de
nosotros, que nunca nos vería…
Pero
al vernos tan cerca, de improviso:
“¿Estoy
soñando?”, al abrazarnos clama;
y
ríe mientras llora, y es el llanto
consolador
y dulce que derrama
eso
que alienta y engrandece tanto.
Escucha,
papá mío: el abuelito
tiene
el semblante como tú, sereno;
como
tú, marcha firme y valeroso;
como
a ti, le repiten que es muy bueno;
como
a ti, le repiten que es piadoso.
Sus
cabellos son blancos, ya lo sabes,
sus
manos, no rendidas todavía
por
el rudo trabajo, tal parece
que
están ansiando que despierte el día
por
comenzar la lucha que ennoblece.
¡Ah!
Ven pronto, papá, para que sepas
cuán
hermoso es causar ventura tanta;
ven,
y harás más feliz al abuelito.
¡Hasta
parece que la tierra canta
cuando
llora de dicha un viejecito!
¡Ven,
que te esperan con amor tus hijas,
la
santa casa donde tú naciste,
las
rocas que de niño tú escalaste,
los
sitios que en tu infancia recorriste,
y
los rincones donde tú jugaste!
Fuente:
Poetas jóvenes cubanos (c. 1914).
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La edición es mía.
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