A mi padre al conocer la casa que le vio nacer, de María Luisa Rodríguez



¡Aquí están, padre amado, ya hemos visto,
la santa casa donde tú naciste,
las rocas que de niño tú escalaste,
los sitios que en tu infancia recorriste,
y los rincones donde tú jugaste!

Aquí está todo igual: la escalerilla
que conduce al granero, las tuneras,
el campo siempre fértil cultivado,
y la cueva y la era. ¡Si los vieras
dijeras que los años no han pasado!

Aquí está todo igual: allá a lo lejos
el mar lanza sus olas con orgullo,
¡parece que a la dicha nos convida!
¡parece que nos besa con su arrullo!
¡parece que nos da la bienvenida!

Aquí están tus amigos todavía,
y, ¡con cuánta ventura recordaron
las horas que a tu lado transcurrieron,

los sitios que contigo corretearon,
los campos que contigo recorrieron!

Aquí está tu recuerdo siempre vivo;
todo nos grita aquí tu nombre amado;
hay una higuera que parece triste
porque, al vernos, tal vez ha recordado
las veces que a su sombra te dormiste.

El trigo ya en la era se destaca
brillante y amarillo como el oro,
en enormes montones preparado,
¡y así como se mira un gran tesoro,
con los ojos del alma le he mirado!

¿Adivinas por qué? Las manos firmes
de un viejito adorado que aún recibe
de cara el sol, muy blanca la cabeza,
le puso allí donde luchando vive
la ancianidad con la Naturaleza…

Porque aquello revela claramente
el triunfo de la lucha, ¡quién diría
que ochenta y cuatro inviernos no pudieron
aminorar su insólita energía,
ni aminorar sus fuerzas consiguieron!

Cuando llegamos al hogar querido,
que de tanto correr llegué cansada,
a sus brazos corrimos de repente
porque, escúchame: ¡tiene tu mirada,
y tu boca y tus ojos y tu frente!

Le encontramos sentado, pensativo,
y pensaba… nos dijo que pensaba,
momentos antes, con tristeza impía,
en que un mar insondable le apartaba
de nosotros, que nunca nos vería…

Pero al vernos tan cerca, de improviso:
“¿Estoy soñando?”, al abrazarnos clama;
y ríe mientras llora, y es el llanto
consolador y dulce que derrama
eso que alienta y engrandece tanto.

Escucha, papá mío: el abuelito
tiene el semblante como tú, sereno;
como tú, marcha firme y valeroso;
como a ti, le repiten que es muy bueno;
como a ti, le repiten que es piadoso.

Sus cabellos son blancos, ya lo sabes,
sus manos, no rendidas todavía
por el rudo trabajo, tal parece
que están ansiando que despierte el día
por comenzar la lucha que ennoblece.

¡Ah! Ven pronto, papá, para que sepas
cuán hermoso es causar ventura tanta;
ven, y harás más feliz al abuelito.
¡Hasta parece que la tierra canta
cuando llora de dicha un viejecito!

¡Ven, que te esperan con amor tus hijas,
la santa casa donde tú naciste,
las rocas que de niño tú escalaste,
los sitios que en tu infancia recorriste,
y los rincones donde tú jugaste!


Fuente: Poetas jóvenes cubanos (c. 1914).

** La edición es mía.

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