Mil
veces tú dichoso,
selvático
viviente,
que
el ala refulgente
despliegas
con amor,
desde
el feliz instante
que
el cariñoso nido
dejaste
suspendido
del
ramo temblador!
¿A
dónde te diriges
osado
y placentero?
Tú
vuelas más ligero
que
el céfiro fugaz;
recorres
de los bosques
la
undívaga techumbre;
te
lanzas a la cumbre
alígero
y audaz.
Si
buscan el descanso
tus
alas delicada,
sombrosas
enramadas
te
dan habitación;
y
bríndante las flores
su
néctar dulce y breve
en
cálices de nieve
o
en trémulo botón.
Si
yaces acosado
por
ser abrumadora,
el
agua bullidora
contemplas
sonreír
del
lago transparente
que
muestra en sus senderos
cristales
prisioneros
en
conchas de zafir.
¡Oh,
tierno pajarillo!
En
tu vivaz pupila
la
lágrima no oscila
cual
gota de cristal,
ni
de tu cuello empaña
con
triste desconsuelo
el
verde terciopelo
ceñido
de coral.
Tú
vuelas con las aves
en
dulce compañía;
están
en armonía
las
selvas y la flor.
La
brisa no te ofende;
la
abeja no te irrita;
tu
frente no marchita
ni
un rato de dolor.
Recoges
por la tarde
el
ala temblorosa
tal
vez sobre la rosa
o
el pálido jazmín;
despiertas
con el alba
que
lleva nívea bruma
y
en pórticos de espuma
almenas
de carmín.
Y
siempre venturosa
deslízase
tu vida:
no
tiene ni una herida
tu
joven corazón;
no
gimes a la sombra
de
lánguido ramaje;
no
vela ni un celaje
tu
nítida ilusión.
La
noche te protege;
la
luna de acaricia;
te
forma con delicia
mil
círculos el sol;
amado
de las flores,
y
del espacio dueño,
tu
vida es un ensueño
de
armiño y de arrebol.
Por
eso entristecida
mi
planta ya se aleja:
no
quiero que mi queja
te
poses a escuchar;
no
quiero que mi duelo,
que
exhalo en un gemido,
resbale
hasta tu oído
con
íntimo pesar.
¡Adiós!
No más te acuerdes
de
esta alma que padece:
la
tarde ya fenece,
precioso
colibrí.
¡Adiós!
Que ya te espera
inquieta
y fugitiva
tu
alegre comitiva
calzada
de rubí.
Fuente:
La guirnalda literaria (1870).
** La edición es mía.
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