A un colibrí, de Juana Pérez




Mil veces tú dichoso,
selvático viviente,
que el ala refulgente
despliegas con amor,
desde el feliz instante
que el cariñoso nido
dejaste suspendido
del ramo temblador!

¿A dónde te diriges
osado y placentero?
Tú vuelas más ligero
que el céfiro fugaz;
recorres de los bosques
la undívaga techumbre;
te lanzas a la cumbre
alígero y audaz.

Si buscan el descanso
tus alas delicada,
sombrosas enramadas
te dan habitación;
y bríndante las flores
su néctar dulce y breve
en cálices de nieve
o en trémulo botón.

Si yaces acosado
por ser abrumadora,
el agua bullidora
contemplas sonreír
del lago transparente
que muestra en sus senderos
cristales prisioneros
en conchas de zafir.

¡Oh, tierno pajarillo!
En tu vivaz pupila
la lágrima no oscila
cual gota de cristal,
ni de tu cuello empaña
con triste desconsuelo
el verde terciopelo
ceñido de coral.

Tú vuelas con las aves
en dulce compañía;
están en armonía
las selvas y la flor.
La brisa no te ofende;
la abeja no te irrita;
tu frente no marchita
ni un rato de dolor.

Recoges por la tarde
el ala temblorosa
tal vez sobre la rosa
o el pálido jazmín;
despiertas con el alba
que lleva nívea bruma
y en pórticos de espuma
almenas de carmín.

Y siempre venturosa
deslízase tu vida:
no tiene ni una herida
tu joven corazón;
no gimes a la sombra
de lánguido ramaje;
no vela ni un celaje
tu nítida ilusión.

La noche te protege;
la luna de acaricia;
te forma con delicia
mil círculos el sol;
amado de las flores,
y del espacio dueño,
tu vida es un ensueño
de armiño y de arrebol.

Por eso entristecida
mi planta ya se aleja:
no quiero que mi queja
te poses a escuchar;
no quiero que mi duelo,
que exhalo en un gemido,
resbale hasta tu oído
con íntimo pesar.

¡Adiós! No más te acuerdes
de esta alma que padece:
la tarde ya fenece,
precioso colibrí.
¡Adiós! Que ya te espera
inquieta y fugitiva
tu alegre comitiva
calzada de rubí.



Fuente: La guirnalda literaria (1870).
** La edición es mía.

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