A una azucena, de María Josefa Córdova




Ayer, del pensil florido,
la gala fuiste, azucena,
y aunque hoy pareces serena,
tienes pálido el color:
esos tallos ya marchitos
son un signo de tristura
y revelan la amargura,
la desazón y el dolor.

¿Por qué tienes el semblante
tan triste, tan abatido?
¿Tú también habrás sentido
de un desengaño el rigor?
¿Has tú, por ventura, amado
con un ardiente delirio
a algún inconstante lirio,
quizá indigno de tu amor?

Si es así, flor inocente,
sufrirás crueles tormentos,
y estos duros sufrimientos
rasgarán tu corazón:
sufrirás, como yo sufro,
tormentos mil sin medida,
y acabará nuestra vida
cual nuestra rauda ilusión.

Esa ilusión cuya dicha
gozamos solo un instante,
hoy, cual espina punzante,
nos inunda de dolor;
y de continuo tendremos
fijos en nuestra memoria,
esos momentos de gloria
que nos inspiró el amor.

Ese amor que a nuestras almas
las enfermó de tal suerte,
que tal vez solo la muerte
sus heridas curará.
¡Ay! Mientras ella se acerca,
olvidemos los amores,
y suframos los dolores
con paciencia y dignidad.


Fuente: Galería poética centro-americana (1888).
** La edición es mía.

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