Ayer,
del pensil florido,
la
gala fuiste, azucena,
y
aunque hoy pareces serena,
tienes
pálido el color:
esos
tallos ya marchitos
son
un signo de tristura
y
revelan la amargura,
la
desazón y el dolor.
¿Por
qué tienes el semblante
tan
triste, tan abatido?
¿Tú
también habrás sentido
de
un desengaño el rigor?
¿Has
tú, por ventura, amado
con
un ardiente delirio
a
algún inconstante lirio,
quizá
indigno de tu amor?
Si
es así, flor inocente,
sufrirás
crueles tormentos,
y
estos duros sufrimientos
rasgarán
tu corazón:
sufrirás,
como yo sufro,
tormentos
mil sin medida,
y
acabará nuestra vida
cual
nuestra rauda ilusión.
Esa
ilusión cuya dicha
gozamos
solo un instante,
hoy,
cual espina punzante,
nos
inunda de dolor;
y
de continuo tendremos
fijos
en nuestra memoria,
esos
momentos de gloria
que
nos inspiró el amor.
Ese
amor que a nuestras almas
las
enfermó de tal suerte,
que
tal vez solo la muerte
sus
heridas curará.
¡Ay!
Mientras ella se acerca,
olvidemos
los amores,
y
suframos los dolores
con
paciencia y dignidad.
Fuente:
Galería poética centro-americana (1888).
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La edición es mía.
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