Al eminente artista mexicano don Juan Cordero, de Gertrudis Tenorio



Bajo un cielo sereno y transparente,
rodeado de perfumes y de galas,
genio del arte, al porvenir, sonriente
tendiste al viento tus robustas alas.

Y muy lejos del suelo en que naciste,
sorprendiendo tu genio, en todas partes
de admiración tributo mereciste.
Aun en Roma, la cuna de las artes.

¿Qué puede haber que a tu pincel resista,
hijo inmortal del mexicano suelo,
ya triste el campo o de verdor se vista;
ya se ostente nublado o claro el cielo?

Con grande exactitud y ligereza,
admirado de todos, reproduces
cuanto puede ostentar Naturaleza
con sus poéticas sombras y sus luces.

Si alza un velo tu mano temblorosa
va la gloria tu vida acariciando;
que, del artista, la creación hermosa
absorto el hombre quedará mirando.

La sonámbula, allá, brillante estrella
vagando misteriosa en su aposento,
cubriendo está la luz su mano bella,
temiendo acaso que la apague el viento.

En el dulce mirar de su pupila
ya parece despierta o que aún reposa,
y poética la luz, suave y tranquila
baña un tanto su rostro, misteriosa.

¿Y quién puede contar, di, la belleza
de esta tu imagen de sublime encanto,
que al describir su dulce gentileza
no ajara tu pintura con su canto?

Sigue, artista inmortal, pasando al lienzo
creaciones de tu rica fantasía.
Y siga el mundo, que te quema incienso,
admirando tus cuadros de poesía.

Siga el hombre, sin tregua, coronando
la frente del artista mexicano.
Y sigan, los que vengan, admirando
este genio del arte soberano.

El artista de Dios tiene un destello
con que inunda de luz su hermosa vida,
y ese que lleva del creador el sello
nunca su gloria mirará perdida.

Todos derramen flores en tu senda,
que yo, al sentir de inspiración la llama,
también, sencilla, dejaré mi ofrenda
en los ricos altares de tu fama.


Fuente: La Siempreviva (1870).

** La edición es mía.

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