Volemos,
bajel ligero,
llévame
presto en tus alas,
alas
que Fulton te diera,
a
otros mundos, a otras playas
hiende
con tu corva quilla
la
inmensidad de las aguas
del
ancho mar; presto, vuela,
que
la impaciencia me mata.
Llévame,
bajel ligero,
a
la tierra de Quintana,
al
mismo sitio dichoso
donde
su musa preclara
canté
al mar con tal acento
que
otra musa no le iguala:
y
de allí partiendo airoso,
y
yo en tu popa sentada,
corramos,
¡ay!, cual los vientos.
lleguemos
volando a Italia,
cuna
dichosa del Dante,
y
de Tasso y de Petrarca.
Quiero
ver su puro cielo,
y
sentar mi débil planta
en
esa tierra fecunda.
Quiero
mirar entusiasta
los
Alpes y el Appennino;
y
en el Asia el Himalaya;
las
pirámides de Egipto,
y
los Templos de la Arabia,
y
las ruinas de Palmira,
y
el desierto de Sahara.
¡Oh!
Volemos, sí, volemos,
que
la impaciencia me mata.
Quiero
ver al bravo moro
ceñirse
la rica faja
bordada
de blancas perlas;
quiero
ver en sus espaldas
tenderse
con noble orgullo
el
manto de seda y plata.
Quiero
aspirar el perfume
que
produce ardiendo el ámbar
en
pebetero dorado.
de
una morisca en la estancia.
Llévame,
bajel querido,
llévame
a Grecia en tus alas;
donde
alzó su voz Homero,
donde
Safo desdichada
se
arrojó de la alta roca
buscando
tumba en las aguas;
Sí,
quiero ver el Leucades [sic],
quiero
contemplar el Niágara.
¡Ah!
Quiero ver complacida
esa
tierra americana
donde
duerme en sueño eterno
el
gran padre de su patria,
Washington,
ilustre y sabio,
y
donde Lincoln descansa.
Quiero
contemplar ansiosa,
y
de gloria henchida el alma,
el
Rhin, el Danubio, el Ganges,
el
Nilo, el Loira, el Guadiana.
Yo
quiero ver las lagunas.
los
bosques y las montañas,
los
palacios de los reyes,
los
harenes y la Alhambra,
los
hermosos mausoleos,
las
pinturas, las estatuas,
y
todas las maravillas
que
allá en las tierras lejanas,
¡ay!,
se esconden a mi vista.
¡Oh,
cómo tiemblo, entusiasta!
Detente
ansiosa, alma mía,
que
te siento arrebatada
con
ilusiones tan bellas.
Detente…
paciencia… aguarda.
Llévame,
bajel ligero,
que
la impaciencia me mata.
Mas,
¡ah!, que a partir te niegas.
Si
acaso viento te falta,
toma,
aquí tienes mi aliento.
¿Velas?
Te daré mis faldas.
Fuerzas,
te ofrezco las mías.
Si
el temor de la borrasca
te
detiene, no la temas,
que
yo, de hinojos postrada,
te
encomendaré al Eterno.
Faro
serán mis miradas,
que
salvo al puerto te lleven.
Yo
sé donde está la España;
yo
sé donde queda Roma;
yo
sabré llevarte a Francia.
Tal
es mi ardiente delirio
que
con la frente apoyada
sobre
la mano, y los ojos
cual
si el sueño me embargara
todo
lo miran tan cerca,
con
dirección tan marcada,
cual
si fuera un grande genio
que
en el espacio vagara
poniendo
un ala en un polo,
y
en el otro, la otra ala.
Llévame,
no te detengas,
que
la impaciencia me mata.
Volemos,
bajel ligero,
que
tal vez la muerte helada
me
asesta el golpe homicida.
Volemos,
que siento el alma
nadando
en delicia suma
con
ilusión tan soñada.
¿Yo,
contemplando otro cielo?
¿Yo,
escalando las montañas?
¿Yo,
patinando la nieve,
o
viendo la ardiente lava
que
se eleva del Vesubio?.
Mas,
¡ah, torpe lengua, calla!
¿Dónde
te lleva, alma mía,
ambición
tan insensata?
¿Dejar
el paterno nido?
¿Dejar
las maternas playas,
y
las risueñas llanuras,
y
las brisas perfumadas,
y
el cielo y la luz primera
que
embellecieron mi infancia,
y
el sepulcro de mi hija?
¡Oh,
lengua atrevida, calla!
Déjame,
bajel ligero;
parte
tú a tierras extrañas,
que
yo en mi suelo querido,
al
susurro de las palmas,
exhalaré
la existencia:
quiero
morir en mi patria.
Fuente: Álbum poético-fotográfico de las escritoras cubanas (1868).
** La edición es mía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario