Ansiedad, de Catalina Rodríguez



Volemos, bajel ligero,
llévame presto en tus alas,
alas que Fulton te diera,
a otros mundos, a otras playas
hiende con tu corva quilla
la inmensidad de las aguas
del ancho mar; presto, vuela,
que la impaciencia me mata.
Llévame, bajel ligero,
a la tierra de Quintana,
al mismo sitio dichoso
donde su musa preclara
canté al mar con tal acento
que otra musa no le iguala:
y de allí partiendo airoso,
y yo en tu popa sentada,
corramos, ¡ay!, cual los vientos.
lleguemos volando a Italia,
cuna dichosa del Dante,
y de Tasso y de Petrarca.
Quiero ver su puro cielo,
y sentar mi débil planta
en esa tierra fecunda.
Quiero mirar entusiasta
los Alpes y el Appennino;
y en el Asia el Himalaya;
las pirámides de Egipto,
y los Templos de la Arabia,
y las ruinas de Palmira,
y el desierto de Sahara.
¡Oh! Volemos, sí, volemos,
que la impaciencia me mata.
Quiero ver al bravo moro
ceñirse la rica faja
bordada de blancas perlas;
quiero ver en sus espaldas
tenderse con noble orgullo
el manto de seda y plata.
Quiero aspirar el perfume
que produce ardiendo el ámbar
en pebetero dorado.
de una morisca en la estancia.
Llévame, bajel querido,
llévame a Grecia en tus alas;
donde alzó su voz Homero,
donde Safo desdichada
se arrojó de la alta roca
buscando tumba en las aguas;
Sí, quiero ver el Leucades [sic],
quiero contemplar el Niágara.
¡Ah! Quiero ver complacida
esa tierra americana
donde duerme en sueño eterno
el gran padre de su patria,
Washington, ilustre y sabio,
y donde Lincoln descansa.
Quiero contemplar ansiosa,
y de gloria henchida el alma,
el Rhin, el Danubio, el Ganges,
el Nilo, el Loira, el Guadiana.
Yo quiero ver las lagunas.
los bosques y las montañas,
los palacios de los reyes,
los harenes y la Alhambra,
los hermosos mausoleos,
las pinturas, las estatuas,
y todas las maravillas
que allá en las tierras lejanas,
¡ay!, se esconden a mi vista.
¡Oh, cómo tiemblo, entusiasta!
Detente ansiosa, alma mía,
que te siento arrebatada
con ilusiones tan bellas.
Detente… paciencia… aguarda.
Llévame, bajel ligero,
que la impaciencia me mata.
Mas, ¡ah!, que a partir te niegas.
Si acaso viento te falta,
toma, aquí tienes mi aliento.
¿Velas? Te daré mis faldas.
Fuerzas, te ofrezco las mías.
Si el temor de la borrasca
te detiene, no la temas,
que yo, de hinojos postrada,
te encomendaré al Eterno.
Faro serán mis miradas,
que salvo al puerto te lleven.
Yo sé donde está la España;
yo sé donde queda Roma;
yo sabré llevarte a Francia.
Tal es mi ardiente delirio
que con la frente apoyada
sobre la mano, y los ojos
cual si el sueño me embargara
todo lo miran tan cerca,
con dirección tan marcada,
cual si fuera un grande genio
que en el espacio vagara
poniendo un ala en un polo,
y en el otro, la otra ala.
Llévame, no te detengas,
que la impaciencia me mata.
Volemos, bajel ligero,
que tal vez la muerte helada
me asesta el golpe homicida.
Volemos, que siento el alma
nadando en delicia suma
con ilusión tan soñada.
¿Yo, contemplando otro cielo?
¿Yo, escalando las montañas?
¿Yo, patinando la nieve,
o viendo la ardiente lava
que se eleva del Vesubio?.
Mas, ¡ah, torpe lengua, calla!
¿Dónde te lleva, alma mía,
ambición tan insensata?
¿Dejar el paterno nido?
¿Dejar las maternas playas,
y las risueñas llanuras,
y las brisas perfumadas,
y el cielo y la luz primera
que embellecieron mi infancia,
y el sepulcro de mi hija?
¡Oh, lengua atrevida, calla!
Déjame, bajel ligero;
parte tú a tierras extrañas,
que yo en mi suelo querido,
al susurro de las palmas,
exhalaré la existencia:
quiero morir en mi patria.



Fuente: Álbum poético-fotográfico de las escritoras cubanas (1868).
** La edición es mía.

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