Otra
vez, otra vez, duda sombría,
turbas
de mi existir la santa calma,
y
cual sierpe infernal llegas, impía,
a
envenenar con tu ponzoña el alma.
Tu
temeraria planta va dejando,
con
incesante afán, la triste huella,
en
fatídica sombra sepultando
la
única luz que para mí destella.
Al
mirarte venir en mi camino,
de
justa indignación mi pecho arde;
no
tengo miedo a ti, temo al destino:
aquí
está el corazón, ¡hiere, cobarde!
Penetra
en el vergel de mis amores,
que
sé vivir sin ilusión alguna;
de
la existencia mis benditas flores,
rómpelas,
sin piedad, una por una.
Aun
mi cielo está azul; sobre él avanza,
y
estalle al fin, tu negro cataclismo;
haz
pedazos mi fe con mi esperanza;
húndelas
para siempre en el abismo.
Llega,
pues, hasta mí, llega, traidora;
para
luchar, el corazón es fuerte…
¡Qué
me importa tu furia vengadora!
¿Serás
más poderosa que la muerte?
Fuente:
Poetisas mexicanas (1893).
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La edición es mía.
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