El genio poético, de Gertrudis Gómez de Avellaneda



A mi respetable amigo, el excelentísimo señor 
don Juan Nicasio Gallego.


Parece, brilla, pasa la hermosura,
cual flor que nace y muere en la mañana;
sombra es el mando, sueño la ventura,
Humo y escoria la grandeza humana:
las moles de arrogante arquitectura,
con que su nombre en ensalzar se afana,
voraz el tiempo –que incesante vuela–
con la huesa del pobre las nivela.

Ceden al peso de tan férrea mano
torres soberbias, cúpulas doradas…
¡Los monumentos del poder romano
ya escombros son y ruinas mutiladas!
¡De Menfis y Palmira en polvo vano
se dispersan las glorias olvidadas,
y de la antigua Grecia los prodigios
dejan apenas débiles vestigios!

Piélago sin riberas ni reposo,
hinchado de perennes tempestades,
sigue el tiempo su curso impetüoso,
siempre tragando y vomitando edades.
A su impulso cediendo poderoso,
en desiertos se truecan las ciudades,
y leyes, aras, púrpura y diadema
se hunden al fallo de su ley suprema.

Todo sucumbe a la eternal mudanza;
por ley universal todo perece;
el genio sólo a eternizarse alcanza,
y como el sol eterno resplandece.
Al porvenir su pensamiento lanza,
que con el polvo de los siglos crece,
y en las alas del tiempo suspendido,
vuela sobre las simas del olvido.

La gloria de Marón el orbe llena;
aun suspiramos con Petrarca amante;
aún vive Milton, y su voz resuena
en su querube armado de diamante.
Rasgando nubes de los tiempos, truena
el rudo verso del terrible Dante,
y desde el Ponto hasta el confín ibero,
retumba el eco del clarín de Homero.

Aun conservan las Musas cual tesoro
la inspiración de Sófocles profundo,
y ornado de su trágico decoro
se alza Racine, admiración del mundo…
Aún nos arranca Shakespeare el lloro;
aún nos cautiva Calderón fecundo;
¡que la palabra augusta del poeta
a la ley de morir no está sujeta!

Pontífice feliz de la belleza,
en cuyo amor purísimo se enciende,
él domina del vulgo la rudeza,
y con soplo inmortal su culto extiende.
Le enseña arcanos mil Naturaleza,
y otra mística voz, que él solo entiende;
porque, huésped del mundo inteligible,
vive con lo existente y lo posible.

De cuantos seres, de su ingenio hechura
divinizó la griega fantasía,
y al nombre excelso de deidad más pura
desparecieron del Olimpo un día,
tan sólo el culto inextinguible dura
del numen de la hermosa poesía,
en cuyas aras el incienso humea
por cuanto ciñe el mar y el sol otea.

¡Mil veces venturoso, ilustre amigo,
quien como tú merece sus favores,
y del lauro que ostentas y bendigo
se adorna con divinos resplandores!
Bien que de lejos, tus pisadas sigo,
llevando al ara mis humildes flores,
y al escuchar los ecos de tu fama,
siento que activa emulación me inflama.


Fuente: Poesías líricas de la señora dona
Gertrudis Gómez de Avellaneda (1877).

** La edición es mía.

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