Himno a la luna, de Josefa García Granados



El disco argentado
de Diana apacible,
al alma sensible
convida a pensar:
sus pálidos rayos,
de luz blanda y pura,
inspiran ternura
y un grato agitar.

¡Cuán plácida brilla!
las nubes platea,
y suave hermosea
la etérea región.
Del mísero amante,
que espera y padece,
el pecho adormece
con tierna ilusión.

¡Salud, astro hermoso!
Tu dulce influencia
quizá a mi existencia
dará nuevo ser:
que ya de los hados
la víctima he sido,
y en vano he querido
luchar y vencer.

Si fijan mis ojos
tu bello semblante,
percibo un instante
suspenso mi mal;
mas esto no basta.
Tu aspecto sereno
derrame en mi seno
su calma mortal.

La bóveda etérea,
de claro zafiro,
que en rápido giro
te vi recoger,
un templo te ofrezca,
cuyo ámbito inmenso
jamás el incienso
podrá oscurecer.

Las trémulas luces
de miles de estrellas
despidan más bellas
su opaco esplendor:
de Febo brillante
los rayos te doren;
tu carro decoren,
templando su ardor.

Su velo rosado
la aurora risueña,
con mano halagüeña,
coloque en tu sien;
y tus rubios celajes,
formando graciosos
mil grupos vistosos,
sus fris te den.

¡Oh, nunca se eclipse
tu luz deliciosa
ni nube envidiosa
empañe tu faz!
Y ya que tu vista
mi pecho conmueve,
mis votos te eleve
la brisa fugaz.


Fuente: Colección de poesías de los mejores 
poetas de la América del Centro (1888).
** La edición es mía.

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