Cuando
sobre el espacio cristalino
desplegó
como un pájaro marino
sus alas el vapor;
cuando
vi en lontananza ya perdidas
las
montañas, las lomas tan queridas
de mi bello Ecuador;
cuando
del mar tras la anchurosa frente
las
sierras azuladas, lentamente.
sus cimas vi ocultar;
con
aflicción profunda y penetrante
me
cubrí con las manos el semblante
y prorrumpí a llorar.
¡Ay!
Porque ¿cómo olvidará mi anhelo
que
fueron esa tierra y ese suelo
los que primero vi?
¿Cómo
olvidar que en ese suelo mismo
en
mi frente la linfa del bautismo
dichosa recibí?
¡Oh,
Ecuador! Si en mi pecho se apagara
tan
sagrada ternura y olvidara
esta historia de amor,
hasta
el don de sentir me faltaría,
pues
quien no ama a la patria, ¡oh, patria mía!,
no tiene corazón.
Pero,
¿cómo es que tu adorado suelo
y
tu risueño y luminoso cielo
he podido dejar?
Nunca
lo olvidaré: la mar gemía
y
al través de mis lágrimas veía
sus aguas ondular.
Era
la hora en que la flor se cierra
y
en que suspira su oración la tierra
y aguarda alma quietud;
la
hora en que la estrella vespertina
asoma
por detrás de la colina
con triste lentitud.
La
tierra, el sol y el cielo parecían
que
en dolientes miradas me decían
su callado dolor.
Por
fin surcó el vapor el océano
y,
cerrando los ojos, con la mano
les di mi último adiós.
¡Oh,
Ecuador! Si en mi pecho se apagara
tan
sagrada ternura y olvidara
esta historia de amor,
yo
hasta el don de sentir me negaría,
pues
quien no ama a la patria, ¡oh, patria mía!,
no tiene corazón.
Fuente:
Antología ecuatoriana. Poetas (1892).
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La edición es mía.
Photo via Visual hunt
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