¡Ah!
Hoy al recordar tu nombre santo
mi
corazón se eclipsa de dolor.
Solo
te hace la ofrenda de mi llanto
mi
alma inundada por tu ardiente amor.
Solitaria
en mi aflicción
no
tengo más que ofrecerte
que
el llanto del corazón
por
mi despiadada suerte.
Tú
eras de mi alma la vida;
tu
amor era mi consuelo;
del
cielo estrella caída
que
volvió a subir al cielo.
Tan
solo guardo en mi pecho
dos
recuerdos dolorosos,
y
así llorando yo gozo
con
el corazón deshecho.
Y
mis lágrimas vertiendo
en
medio de amargo duelo,
no
obstante que te estoy viendo
que
te has remontado al cielo.
Fue
la vida para ti un tormento,
rodeada
de pesar y de agonía,
yo
compartí contigo el sentimiento
porque
era tu pena la pena mía.
¡Ay!
En tu noble corazón virtuoso
el
deleite fugaz no se albergó
y,
ante las decepciones, victorioso,
con
la resignación de ellas triunfó.
Caminaste
infeliz por un camino
sembrado
de miserias y pesares;
cirniose
sobre ti fatal destino,
cual
negro temporal en limpias mares.
En
la triste orfandad de nuestro duelo
siquiera
nos quedó, madre querida,
el
abrigo del hijo que en tu vida
fue
tu sostén, tu amor y tu consuelo.
Mientras
en el mundo lloro mi amargura,
ya
sea en la miseria o en la gloria,
tu
recuerdo amoroso, madre pura,
conservaré
constante en mi memoria.
Que
las virtudes que formaban tu alma
son
un legado para mí precioso;
bálsamo
solo que mi pena calma,
prosternada
ante el Todopoderoso.
Yo
no te olvidaré mientas exista,
y
siempre con intensa adoración,
y
al alzar a los cielos yo mi vista
te
enviaré suspirando el corazón.
Lima,
agosto 9 de 1887.
Fuente:
El Perú Ilustrado.
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La edición es mía.
* Photo via Visual Hunt.
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