Que
venga a mí del seno de los dioses
el
fuego sacro que la mente inspira;
la
magia de su voz; y de entusiasmo,
de
amor patrio abrasadas,
del
corazón las fibras agitadas
resuenen
en las cuerdas de mi lira.
Patria,
contempla el astro refulgente
que
hoy se levanta en tu sereno cielo;
el
mismo es que iluminó la frente
de
tus preclaros hijos,
cuando
heroicos los hierros destrozaron
que
al trono de la Iberia te ligaron.
¡Salve!
Ya no eres infeliz esclava,
orgullo
de los reyes de Castilla,
ni
tu cabeza lánguida y doliente
A
sus leones tímida se humilla.
Vuelves
a ser la hermosa soberana
de
tus grandes desiertos, y tus ríos,
y
tus fértiles valles, donde ufana,
para
extender alfombra de colores,
con
su mano fundó la dulce Flora
bellas
comarcas de variadas flores.
Y
encima de tus altas cordilleras,
en
las regiones de la nieve fría,
salva
te forman las tormentas fieras
al
esplendor de tan hermoso día.
Y
te coronan fúlgidos luceros,
tu
planta besan los potentes mares,
y
tus hijos: tus héroes y tus sabios,
los
sacerdotes son de tus altares.
Cesó
la esclavitud, cesó el combate:
aquellos
invencibles campeones
de
fuerte brazo y alma denodada,
que
por tu hermosa libertad lidiaron,
te
hicieron libre, y su misión sagrada
gloriosa
terminó; pero a nosotros
nos
queda el porvenir, Patria adorada,
el
bello porvenir que te daremos,
la
gloria, el esplendor con que debemos
verte
en lauros eternos coronada.
¡Y
cómo no! Te los dará el soldado
que
a la codicia audaz del extranjero
levante
un muro su potente acero;
la
abnegación del sabio,
que
consagra al estudio su existencia,
cuando
brotar se escuche de su labio
el
manantial fecundo de la ciencia;
la
constancia invencible del artista,
que
levantando en poderoso vuelo
de
su imaginación las bellas alas,
robar
consiga con su ardiente anhelo
luz
a los cielos, a los campos galas,
para
las obras de su diestra mano;
el
modesto y obscuro campesino,
que
fertiliza tus extensos prados,
y
abre para tu rica agricultura
los
tesoros de Ceres tan preciados;
te
los darán, en fin, todos tus hijos,
que
el odio desterrando de su pecho,
en
tu regazo, porque son hermanos,
a
unirse irán en un abrazo estrecho.
Y
serán fuertes, porque están unidos,
y
Dios bendecirá su fe sincera:
nunca
jamás la guerra asoladora
volverá
entre ellos ni el rencor insano;
y
la ciencia, del mundo redentora,
vendrá
a ofrecerte su amistosa mano.
Síguela
tú, y al templo donde mora
camina
siempre con seguro paso:
dentro
de tu alma la constancia encierra;
en
tu mente el anhelo de la gloria;
y
las naciones cultas de la tierra
su
asiento dejarán a tu llegada,
para
verte pasar engalanada
con
el regio laurel de la victoria.
Y
junto al solio de la docta Grecia
un
solio encontrarás y una aureola,
bella
como el color con que arrebola
al
limpio Oriente de tu hermoso cielo
la
tenue luz de la naciente aurora.
¡Oh!
¡Cómo el alma en su ilusión te mira,
hoy
que el destino de tu vida empieza.
dichosa
con la dicha de tus hijos,
y
glande con su amor y su grandeza!
Mas,
¡ay!... que a veces se contrista y teme
descubrir
en las sombras del misterio
obscuro
más allá. ¿Del Norte frío
se
alzará acaso tu ambiciosa hermana,
con
fiero poderío,
y
envolverá tu cándida belleza
lóbrega
noche de mortal tristeza?
En
ti fijando su feroz mirada,
¿vendrá
a rasgar tu seno
con
mano despiadada,
para
robarte el oro,
el
oro, ¡ay!, origen de los males
que
cuentas de tu historia en los anales?
¡Oh!
¡Cuánto de dolor! ¡Cuánto de pena!
¡Cuánto
de humillaciones y sonrojo
para
ti, Madre, que inocente y buena,
nunca
le has hecho mal! La envidia acaso,
porque
eres bella, su furor provoca,
y
así te tiende maldecido lazo
con
el hablar de su dolosa boca.
No
creas sus promesas, no; funesta
es
para ti su abominable alianza;
y
mientras, fiada en su lealtad, reposes
en
el sueño feliz de la esperanza,
ella,
traidora, asaltará tu trono;
reinará
en tu lugar; y tú, su esclava,
sin
cetro, sin corona y sin hogares,
verás
flotar en tus ciudades bellas
triunfante
el pabellón de las estrellas.
¿Y
ninguno, ninguno de tus hijos,
como
Hidalgo, Morelos y Abasolo,
arrancará
frenético de ira
de
tu frente el baldón? ¿Abandonada
te
mirarán sufrir? ¡Oh! ¡Nunca! ¡Nunca!
Bien
puedes exclamar: “Raza insolente,
tiembla
al pensar en mí; que si tu mano
se
atreve a mancillar mi rostro hermoso,
y
queda un mexicano,
castigará
tu crimen afrentoso”.
¡Perdón!
¡Perdón! Tus ecos, Madre mía,
no
repitan mis lúgubres acentos.
¿Pudiera
pronunciar en este día
presagios
de dolor? No: si te espera
tan
triste porvenir, y un sacrificio
Basta
a calmar al enojado cielo,
¡oh!,
que se abra un sepulcro,
para
mí sola en tu bendito suelo.
Fuente:
Poetisas mexicanas.
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La edición es mía.
Photo via VisualHunt.com
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