A
Cleodomira Moreno
Hay
un campo feliz en la existencia,
un
ameno vergel de ricas flores
donde
reina el candor y la inocencia,
do
no llegan jamás los sinsabores;
do
el aire melancólico suspira
de
frescura y aromas impregnado,
y
alegre y tierno el corazón lo aspira
en
misterioso afán arrebatado;
campo
do con presteza se deslizan
esas
horas de mágica ternura
que
la paz del empíreo simbolizan,
que
al alma brindan celestial dulzura;
esas
horas de gloria y de contento,
que
brotan a raudales la armonía,
porque
Dios impregnadas de su aliento
desde
su trono eterno las envía.
Es
la juventud risueña
ese
campo delicioso,
ese
paraíso hermoso
de
la humana creación.
Es
el dintel de la vida,
la
bella estación serena,
la
edad dulce en que la pena
no
ha llegado al corazón;
es
la edad en que nosotras,
desventuradas
mujeres,
en
torno nuestros placeres
solo
alcanzamos a ver;
porque
todo contemplamos
tras
un prisma brillantino,
y
nos parece divino
hasta
el mismo padecer;
porque
Dios en sus misterios
al
formar los corazones
les
dio insensatas pasiones
que
oscurecen la verdad;
por
eso en nuestro camino
la
falsía no miramos,
el
inocente, ¡ay!, dudamos
del
engaño y la maldad.
Ten
cuidado, hermosa niña,
que
en ese vergel risueño
halla
a veces nuestro empeño
mil
espinas en la flor.
¡Ten
cuidado! Si hay luz clara,
hay
también noche inclemente,
como
hay un vital ambiente
y
un hálito matador.
Hay
flores, cándida niña,
de
fascinante hermosura,
que
en su cáliz la amargura
suelen,
traidoras, guardar;
Mas
nosotras, embebidas
en
sus vividos colores,
olvidamos
que esas flores
no
debíamos tocar.
Pero
tú tendrás un día
que
libar de una la esencia,
que
tal es en la existencia
de
la mujer la misión:
ve
que no oculte el veneno
dentro
su bella corola,
Cleodomira,
y ella sola
te
embalsame el corazón.
Fuente:
Poetisas americanas (1896).


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