Al
lucir tan triste día,
todo
mortal se conmueve;
hasta
las almas de nieve
sienten
secreta ansiedad.
Ante
el altar se prosternan;
tiernas
plegarias ofrecen
por
los muertos que padecen
en
la oscura eternidad.
Lúgubre
suena en los aires
el
plañir de la campana,
y
la iglesia se engalana
con
su traje funeral.
Cual
madre empieza sus ruegos,
que
en tiernos cantos consisten,
por
los que penando existen
en
la mansión eternal;
y
los seres que en el templo
de
hinojos están postrados
lanzan
suspiros ahogados
ante
el trono del Señor.
De
la esposa desgraciada
no
se ve la faz tranquila;
alza
turbia su pupila
con
el llanto del dolor.
El
corazón de la madre
recuerda
al hijo perdido;
algún
objeto querido
tienen
todos que llorar.
Y
orando la virgen santa,
imagina
en su alma pura
ver,
de célica ventura,
a
el [sic] alma en pena gozar.
Y
las almas resignadas
dicen
tristes entre sí:
lo
que hacemos hoy por ellas
mañana
lo harán por mí.
Fuente:
La guirnalda literaria (1870).
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La edición es mía.
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