Si
el cielo viste de purpúrea rosa,
si
de verdor el bosque se engalana,
y
si enlutada noche tempestuosa
se
trasforma en espléndida mañana,
si
el disco de la luna refulgente
se
desliza por límpidos cristales
y
en el murmullo de apacible fuente
desparece
mi voz en sus raudales,
si
se presenta el esplendor divino
de
la natura en su grandiosa pompa,
y
si del alba el astro matutino
se
confunde a la voz del áurea trompa;
si
se conmueve el universo todo,
si
para el océano su carrera,
si
brilla puro el despreciable lodo
y
aparece entre rayos la alta esfera,
si
cuanto existe variedad ofrece:
el
aire, el mar, la tierra y las regiones,
los
insectos, la planta que se mece,
y
del hombre las dulces ilusiones;
si
se convierte en diamantina sombra
la
soledad de ennegrecida tumba,
y
viste el suelo de florida alfombra
donde
el rugido de huracanes zumba;
yace
mi corazón inerte y frío,
sin
emociones, sin placer ni encanto,
insensible
¡oh, dolor! yerto, vacío,
envuelto
en sombra de horroroso espanto.
Nada
lo anima. Ni el fulgor sagrado
de
las antorchas del azul del cielo,
ni
de aromas el aire embalsamado,
ni
los tesoros de mi hermoso suelo.
Doblégase
ante el triste desaliento
de
cruel fatalidad que lo domina,
oprimido,
en pausado movimiento
al
sueño eterno con pesar camina.
Allí
está la verdad, allí la calma;
la
eternidad con su sereno traje
a
donde lejos de pasión el alma
halla
un reposo a su agitado viaje.
¿Qué
puedo yo esperar, si giro sola
del
falso mundo en la engañosa nave
entre
peñascos, cual deshecha ola
que
el cruel destino de morir le cabe?
Corre
en la inmensidad triste, enlutada,
una
nube del aire sostenida
que
en vano busca en hora malhadada
la
dulce compañera de su vida.
A
su sordo gemido, ¿quién responde?
El
eco que angustiado lo repite…
Amarga
realidad que el pecho esconde,
porque
ni aun comprenderla se permite;
pero
yo que, infeliz, he conocido
lo
que fuimos ayer, lo que seremos,
la
pasión que mi pecho ha combatido
la
lucha que en el alma sostenemos,
la
efímera ambición que nos maltrata
los
sueños, el amor, nuestros delirios,
la
ilusión que la gloria nos retrata
sobre
perfumes de azucena y lirios;
he
perdido el ardiente devaneo
que
un tiempo me halagó con su sonrisa
y
solo en Dios y en su grandeza creo,
sublime
fe que mi dolor suaviza.
Fuente:
Suspiros del alma (1863).
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La edición es mía.
Photo via VisualHunt
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