El desencanto, de Belén Cepero





Si el cielo viste de purpúrea rosa,
si de verdor el bosque se engalana,
y si enlutada noche tempestuosa
se trasforma en espléndida mañana,
si el disco de la luna refulgente
se desliza por límpidos cristales
y en el murmullo de apacible fuente
desparece mi voz en sus raudales,
si se presenta el esplendor divino
de la natura en su grandiosa pompa,
y si del alba el astro matutino
se confunde a la voz del áurea trompa;
si se conmueve el universo todo,
si para el océano su carrera,
si brilla puro el despreciable lodo
y aparece entre rayos la alta esfera,
si cuanto existe variedad ofrece:
el aire, el mar, la tierra y las regiones,
los insectos, la planta que se mece,
y del hombre las dulces ilusiones;
si se convierte en diamantina sombra
la soledad de ennegrecida tumba,
y viste el suelo de florida alfombra
donde el rugido de huracanes zumba;
yace mi corazón inerte y frío,
sin emociones, sin placer ni encanto,
insensible ¡oh, dolor! yerto, vacío,
envuelto en sombra de horroroso espanto.
Nada lo anima. Ni el fulgor sagrado
de las antorchas del azul del cielo,
ni de aromas el aire embalsamado,
ni los tesoros de mi hermoso suelo.
Doblégase ante el triste desaliento
de cruel fatalidad que lo domina,
oprimido, en pausado movimiento
al sueño eterno con pesar camina.
Allí está la verdad, allí la calma;
la eternidad con su sereno traje
a donde lejos de pasión el alma
halla un reposo a su agitado viaje.
¿Qué puedo yo esperar, si giro sola
del falso mundo en la engañosa nave
entre peñascos, cual deshecha ola
que el cruel destino de morir le cabe?
Corre en la inmensidad triste, enlutada,
una nube del aire sostenida
que en vano busca en hora malhadada
la dulce compañera de su vida.
A su sordo gemido, ¿quién responde?
El eco que angustiado lo repite…
Amarga realidad que el pecho esconde,
porque ni aun comprenderla se permite;
pero yo que, infeliz, he conocido
lo que fuimos ayer, lo que seremos,
la pasión que mi pecho ha combatido
la lucha que en el alma sostenemos,
la efímera ambición que nos maltrata
los sueños, el amor, nuestros delirios,
la ilusión que la gloria nos retrata
sobre perfumes de azucena y lirios;
he perdido el ardiente devaneo
que un tiempo me halagó con su sonrisa
y solo en Dios y en su grandeza creo,
sublime fe que mi dolor suaviza.


Fuente: Suspiros del alma (1863).
** La edición es mía.

Photo via VisualHunt

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