Cual
flamígera espada que maneja
una
mano invisible y poderosa,
cortó
la nube blanca y vaporosa
su
rápido zigzag al describir.
De
impotencia y dolor rugió la nube,
como
pantera por el dorso herida,
y
el relámpago cruel y nubecida
su
marcha errante pretendió seguir.
¡Lo
viste, Majestad! Y de tu genio
al
poder soberano y atrayente,
se
quedó suspendida de tu frente
y
en diadema de luz se convirtió.
Por
derecho de ciencia le arrancaste
su
veloz y fosfórico secreto,
y
el mensajero de los polos quieto
y
humillado a tu numen se rindió.
Encendiste
tu luz incandescente
en
su llama fugaz de brillo hermoso,
y
derramaste llanto luminoso
ese
nuevo “Fiat lux” al pronunciar.
¡Has
llenado de lágrimas el mundo!
¡Los
hombres de tu talla, cuando lloran.
ni
sus lágrimas caen ni se evaporan,
y
alumbran las tinieblas al brotar!
¡Brujo
de Menlo Park! Tú que obstinado
en
el antro de luz donde resides,
a
tu numen eléctrico le pides
sin
cesar un milagro, por favor.
Qué,
¿no te basta con haber construido
la
poliglota caja donde encierras
la
humana voz y hasta lejanas tierras
empacada
la exportas por mayor?
¡Oh!
Tú hablarás a las futuras gentes
cuando
no exista de tu ser ni aroma,
en
el variado universal idioma
en
que habla la locuaz humanidad.
Les
llevarás las notas de Adelina,
de
Castelar el poderoso acento.
El
bélico rumor, el del contento,
y
el grito de la ronca tempestad.
¿No
te basta con esto todavía?
¡No!
La neurosis del saber padeces
y
toma en ti sus alarmantes creces
la
persistencia de tan bello mal.
Si
a la mitad del siglo que se acerca,
el
Cielo prolongara tu existencia,
agotarías
las fuentes de la ciencia.
bebiendo
siempre y con tu sed igual.
Fortalecido
con tan rico néctar,
acaso,
acaso tu cerebro fuera
el
apoyo que Arquímedes pidiera
y
llegaras el globo a nivelar.
Yo
no sé qué problemas resolvieras
de
los que virgen se halla todavía
el
pensamiento, y a la luz del día
audaz
te propusieras demostrar.
Pero
todo sus límites contiene.
Has
hecho por el mundo lo bastante
para
que un monumento te levante
en
prueba de respeto y gratitud.
Yo
lo erigí en mi ardiente fantasía.
donde
estás soberano e imponente,
suspendido
el relámpago en tu frente
y
a tus pies, como esclavo, mi laúd.
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La edición es mía.